Bienvenida a los sirios
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Andrés Sanfuentes
La terrible emigración de millones de sirios, acosados por la guerra y la persecución religiosa ha impactado a la humanidad y nos obliga a participar como país.
La principal contribución que Chile puede hacer es acoger refugiados otorgándoles un lugar donde vivir. Es una ineludible obligación humanitaria. El gobierno ya ha señalado el deseo de recibir a 100 o 150 personas, que es el primer paso, aunque insuficiente. La necesidad de quienes salieron de su territorio es de tal magnitud, que la oferta no puede ser pensada como un experimento social. Aquí el papel de la colonia siria y, en general, la de origen árabe, es decisiva, especialmente en facilitar y hacerse cargo de la acogida, como ya ocurrió en la inmigración de sus padres y antepasados. La corriente migratoria de palestinos, sirios y libaneses fue fundamental en el país y no han perdido sus lazos culturales y sociales con sus orígenes.
Aparte de la responsabilidad humanitaria, se debe dar un paso adelante, porque los inmigrantes han constituido un aporte en nuestro progreso. No es solamente la llegada de los europeos, que se destaca; también es decisivo el aporte de aquellos de origen árabe, entre ellos, los sirios, un ejemplo de tenacidad, emprendimiento y espíritu empresarial que se une a su aporte cultural, tan significativo en la vida social.
Una de las causas históricas de nuestro lento desarrollo económico es el carácter isleño del chileno, casi xenófobo, que mira con desconfianza al foráneo, lo aleja en vez de acogerlo, a diferencia de otros países abiertos al exterior, como han sido Estados Unidos, Australia y Argentina, en circunstancias que, por su propia naturaleza, el inmigrante y su familia son personas seleccionadas por sus ansias de progresar, de mejorar sus condiciones de vida, de sacrificarse, ahorrar y asimilarse a la comunidad de destino. El espíritu empresarial y la capacidad de inventiva están en la personalidad de quien inicia la aventura de dejar su lugar de nacimiento y llegar a un país extraño.
En los últimos decenios la situación migratoria de Chile ha cambiado. Desde una situación de emigración neta, donde quienes salían para radicarse en el extranjero eran más que los llegados, ahora hay una inmigración neta. En buena medida ha ocurrido por el progreso de Chile desde el término de la dictadura, que atrae especialmente a latinoamericanos que desean mejorar sus condiciones de vida y, al mismo tiempo, ha permitido una mayor retención de los chilenos un su país.
Estos cambios positivos han ocurrido mientras la legislación de Extranjería está cada día más obsoleta. Fue dictada con la concepción que no había que facilitar la permanencia de extranjeros, protegerse de la presencia de "indeseables". Pero el país cambió.
El atraso se manifestó en dos experiencias recientes con refugiados en los Programas de Reasentamiento. La llegada en 1999 de un pequeño grupo de serbios dejó al desnudo lo que no debe hacerse, fue un fracaso vergonzoso. En 2008 se mejoró con los palestinos que se radicaron en La Calera y sus cercanías, pues el gobierno y la comunidad local se movilizaron. De ese aprendizaje se deben sacar lecciones para la llegada de los sirios, en las trabas administrativas como en los programas de reinserción. Está pendiente una modernización integral de la legislación y sus normas para enfrentar la situación actual, en que se espera la inmigración continúe, especialmente desde países latinos, lo cual requiere revisar las diferentes condiciones de estadía en el país, incluso la situación de los fronterizos, transitorios e ilegales; así como el acceso a la salud, educación, previsión social y vivienda.
Esta modernización debe partir por el diseño de una política general respecto a los flujos migratorios, tanto de extranjeros que deseen radicarse en Chile como los nacionales que salen al extranjero; por ejemplo, la situación de estudiantes que entran o salen. Estas definiciones son complejas y deben responder a preguntas tales como si se debe fomentar la integración de los extranjeros o preservar su identidad cultural.
Pero no se puede esperar una respuesta a la necesidad de una nueva política que abra "la puerta de nuestra casa"; ahora urge recibir a quienes buscan salvar sus vidas y la de sus familias.